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Disciplina, no rutina


Es martes, el despertador suena a la misma hora que ayer y a la misma hora que mañana.

X se levanta y casi en un estado de sonambulismo, sin percatarse siquiera de que alguien descansa a su lado, se pone las zapatillas y como cada mañana se dirige dando tumbos hacia el baño de la casa.

Tras realizar las necesidades de rigor, enciende la ducha mientras se echa una tímida mirada en el espejo y cogiendo la maquinilla se va afeitando a la vez que regula y vigila el agua de la ducha.

Después de la ducha y mientras se viste, el resto de la familia comienza a despertar.

Entonces: para sintetizar, se prepara el desayuno, desayunará y tras despedirse de la familia cogerá el coche, la bici, el metro o el autobús para ir al trabajo donde además de las cosas de siempre, le esperará su inmejorable y sumiso compañero, “el ordenador”, ante el cual pasará las horas haciendo quien sabe que.

Y así continuará la historia de este personaje, que tras “un día normal” vuelve allí donde quizás se encuentre consigo mismo (o acaso se olvide de sí mismo, ¡a saber!): la cama. Esa cosa que parece haber existido siempre y que en el mejor de los casos nos acoge, en su regazo como si de una madre se tratara.

En fin; si bien cada vida o cada historia personal es distinta, no cabe duda que la gran mayoría de las personas repetimos una seria de rutinas donde nos sentimos más o menos “bien”.

Nuestra vida en general está llena de estas rutinas que aunque parezca lo contrario nos facilitan la vida de manera importante. De hecho cuando salimos de dichas rutinas, tras no demasiado tiempo, estamos deseando volver a los hábitos cotidianos donde de alguna manera “dominamos el cotarro”.

Recuerdo las palabras de un Lama francés que se había consagrado a la vida monacal, en este caso, al budismo tibetano. El nos contaba que la vida monástica no siempre era fácil y que estaba compuesta de diversas rutinas que a veces resultaban difíciles de soportar; pero que cuando le llamaban para dar cursos o conferencias en diferentes partes del mundo, a los pocos días de haber partido de “casa”, estaba deseando volver a “disfrutar” de sus obligaciones diarias en el monasterio.

A nosotros al igual que al Lama la repetición de nuestras tareas día tras día, nos acaba aburriendo e incluso asqueando; pero cada fin de semana tenemos la posibilidad de salir del atolladero y hacer “cosas diferentes”. Aunque pocos me negaréis que esas “cosas diferentes” la mayor parte de las veces se convierten en nuevas rutinas; si bien, menos repetidas y por ello normalmente más agradables.

Sé que os estaréis preguntando: ¿Pero adonde quiere llegar este señor? ¿Qué pretende contarnos con este speech? ¿No es este un blog de Yi chuan?

Está bien, está bien, vamos a calmarnos y vamos a ir acercándonos al meollo de la cuestión.

Efectivamente uno de los objetivos prioritarios de este blog es motivar al practicante de Yi chuan para que día tras día, adopte una de las posturas de Zhan Zhuang y no ceje en el empeño.

El propio Wang Xiang Zhai, como sabéis creador de esta disciplina, apuntaba que durante los primeros cuatro a cinco años de práctica, había que tener una determinación tal, que aunque 100 bueyes tiraran de nosotros, seguiríamos siendo capaces de practicar, practicar y practicar (por cierto, uno de los grandes secretos).

Vamos pues al lío. A pesar de repetir cada día nuestra postura a la misma hora, en el mismo sitio o con la misma ropa; nuestra práctica no debe convertirse en una rutina. Como ya he señalado antes Yi chuan es una disciplina y como tal, paradójicamente, debe alejarse de toda rutina. Pero entonces ¿Cuál es la diferencia entre rutina y disciplina? ¿No conlleva toda disciplina una rutina?¿Puede alguien aclarar este embrollo?

Lo voy a intentar. Hace no mucho tiempo, y asesorado por el librero que atendía la librería, compré un libro que no debería haber comprado. El libro, trataba sobre el asunto del chamanismo y era más bien flojo, al punto de que no leí más allá de algunas páginas; pero he ahí que me llamó la atención el significado que en dicho libro se daba a la palabra disciplina: “Disciplina es ser discípulo de uno mismo”. Grandísima frase, importantísima frase, diría yo. ¿Qué puede haber más importante que ser capaz de llegar al corazón de sí mismo?

En fin volvamos a lo nuestro, ¡esa es la diferencia! ¿Cuál?. Cualquier disciplina que practiquemos incluyendo naturalmente el Yi chuan, nos requiere de la concentración y de la atención; es decir, debe ser una actividad consciente y aunque el ejercicio sea repetitivo en ningún momento debe caer en la repetición por muy paradójico que parezca, ésto es lo que marca realmente la diferencia.

Cada vez que adoptes la postura de Zhan Zhuang o cada vez que hagas una y mil veces el mismo Shely este no debe repetirse.

Al trabajar desde la consciencia el mismo Shely o el hecho mismo de estar quieto, es diferente en cada instante y ese instante debe ser vivido de esta manera: lo mismo siempre es distinto y lo distinto siempre es lo mismo. (Sí, ya sé que es lo que estáis pensando: “a este se la ha ido la olla”, pues si seguís leyendo… esperar a lo que viene)

Este nivel de trabajo no es accesible sin una práctica constante y regular en el tiempo; es decir y como dirían en China, sin un buen Kung Fu. Pero aunque a muchos quizás os cueste creerlo, una vez que postura y Shely comienzan a encajar nuestra práctica se hará creativa en cada momento. En realidad, el cambio constante se convierte en la madre del cordero, cada instante siendo único no permanece, ni siquiera existe; solo el cambio, la transformación permanece. Todo es devorado por nuestra propia consciencia como si fuera un espacio abierto, inconmensurable donde todo se va disolviendo y todo es observado sin esfuerzo alguno.

Bueno estabais avisados. Esta vez quizás me he salido de madre, pero es lo que hay.

Para terminar os animo a que no realicéis vuestros ejercicios de manera rutinaria. Cada uno de nosotros, cuando adoptamos la disciplina nos erigimos como maestros de nosotros mismos, que mejor manera de practicar y evolucionar. Agur.

Fernando Lasa


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